"Meditación Grado de Celador"
-Guardar, Observar, Silencio y Obediencia a Cristo-
Ya te encuentras perfectamente relajado y no sientes alguna parte de tu cuerpo.
Concentras tu atención en una suerte de pantalla blanca que cubre todo tu ángulo de visión y por la cual, transcurren imágenes muy luminosas; pero borrosas.
Las imágenes van cobrando más y más nitidez. Pareciera que te encuentras en el interior de un gran templo de piedra y al fondo de la sala se encuentra un camastro donde dormita una figura femenina cubierta por suaves y transparentes gasas.
Tú conoces que se trata de la majestuosa y dulce Afrodita. Sin que nadie te dijera nada tú sabes que te encuentras ahí para cuidar su sueño y que nadie lo interrumpa.
La Diosa se levanta y de una pequeña mesita toma una jarra de agua, vertiendo parte del líquido en una concha de mar para luego beberlo a pequeños sorbos.
Tú, impasible, mantienes la compostura en todo momento; sobre todo cuando pasa a tu lado obviándote como si tu Persona no estuviese presente.
Alguien llama a la puerta del Templo y sin que nadie te haya dicho nada, sabes que es tu obligación dirigirte a ella e impedir que nadie, no invitado, pueda molestar la mansión donde vive la Diosa del Amor y de la Regeneración.
Abres la puerta y te encuentras al Dios Zeus que quiere entrar para hablar con su Hermana; pero tú, siguiendo una extraña fuerza, abres tus brazos en cruz impidiéndole la entrada, mientras bajas tus ojos en señal de respeto. El Dios te sonríe y a continuación te dice: "Bien Hecho Hijo mío, la seguridad de mi Hermana se encuentra en buenas manos"
A continuación regresas al lugar donde, en un principio, te encontrabas y sigues mirando a Afrodita, evitando que tus ojos, siempre fijos en su Persona, pudieran cubrirse de lujuria.
Después Afrodita toma un trozo de pan de la misma mesa de la que tomara la jarra y se lleva un trozo a la boca dejando entrever una blanca hilera de dientes y unos labios tan rojos como el carmesí. La Diosa parece atragantarse con ese bocado y empieza a toser y convulsionar.
Raudo te diriges donde se encuentra la Diosa y evitando cualquier pudor la tomas por detrás y aprietas con tus manos, con fuerza, en la boca de su estómago. Entonces del interior de la boca de Afrodita surge, disparada, una enorme perla con el color del nácar.
La Diosa se recupera, da la vuelta y te mira sonrriente haciendo un gesto de agradecimiento que tú devuelves inclinando, sereno y severo, tu cabeza. Seguidamente, Afrodita besa tu mejilla y tú intentas impedir que el rubor se note en tus mejillas.
"A partir de ahora, mi buen paje" dice Afrodita "no te separarás de mí más de metro y medio". Tú, a partir de ese instante, sabes que deberás seguir sus órdenes y la sigues a todas partes cubriendo su voluptuosa retaguardia.
En varias ocasiones la Diosa intenta sonsacarle algunas palabras; pero tú recuerdas que estás cumpliendo un riguroso voto de silencio y solo respondes entornando tus ojos o negando y asintiendo con la cabeza.
Afrodita se dirige de nuevo a tí y te dice "Quiero que salgas del Templo y le digas a Artemisa que me traiga un ciervo. Durante un breve instante pareciera que vas a romper tu voto de silencio; pero enseguida te das cuenta y frenas tu lengua en el último momento. Niegas con tu cabeza dirigiéndote seriamente a la Diosa. Hiciste una promesa que no puedes romper. Aún así, te diriges a la puerta, cerrando la puerta tras de tí conociendo que no existe otra entrada o salida en el Templo y te quedas apostado junto al portón sufriendo el fuerte frío de la noche.
Esperas algo; pero no sabes bien el qué. Pasadas unas horas ves, en la lejanía, la figura de una fornida heroína que lleva sibre sus hombros el cadáver de un viejo ciervo recién cazado. En seguida comprendes que se trata de Artemisa; pero no comprendes como habrá sabido que su Tía Afrodita deseaba un ciervo para la noche.
Al llegar a tu altura, Artemisa, conociendo que te encuentras bajo promesa de voto de silencio, te sonrríe con dulzura, posa el ciervo a tus pies y dirige sus pasos hacia la lejanía.
Abres la puerta, entras y entregas la Pieza de caza a tu Señora y ésta te sonrríe… tras preparar, Afrodita, parte del lomo del ciervo en el caldero de la chimenea, toma dos platos de inmaculada blancura y dos jarras de cerámica roja cargadas de un viejo y oloroso vino tinto y se sienta a la mesa. Tú impasible te encuentras con los ojos fijos en ella atento a cualquier posible orden.
Ella te llama "Paje, acércate a la mesa y come y bebe conmigo. Eso no lo tienes prohibido"
Así lo haces y comes junto a ella compartiendo su pán y su bebida.
Tras tan nutrida cena, la Diosa se dige a su lecho y se tiende para, a continuación, entrar en un profundo sopor. Tú, por el contrario, te diriges a tu pared y en estado de firme mantienes tu guardia y vigilancia luchando contra el sueño que te embarga fruto de la reciente pitanza y después, más silencio, más silencio…, más silencio y tú a la espera de lo que haya de venir.
Aralba R+C